Letras

Confesar la carne

Por Luis Diego Fernández

“Cuanto más cristiano es uno, más expuesto está a los asaltos del diablo”.

Michel Foucault, Del gobierno de los vivos, 1980.

La tradición cristiana nunca fue ajena a la filosofía de Michel Foucault. Seguramente la procedencia de una familia católica de Poitiers (su madre y abuela eran devotas) haya sido un punto no menor a considerar. De igual forma, su formación primigenia con los jesuitas.

Hay menciones al cristianismo en la obra de Foucault desde 1973 e incluso desde antes, pero la progresión es notoria desde 1976 en adelante con la publicación de La voluntad de saber, primer tomo de la Historia de la sexualidad, llegando a la cima de interés en la década del ochenta, en los cuatro años finales de vida del filósofo: de 1980 a 1984. Hay dos cursos del Collège de France casi dedicados con integridad al corpus cristiano: Del gobierno de los vivos (1979-1980) y Subjectivité et vérité (1980-1981), aún no traducido al castellano. Otro extenso material está presente en seminarios como Obrar mal, decir la verdad (Universidad Católica de Lovaina, 1981) y en una serie de conferencias que Foucault ofreció en Berkeley, New York, Vermont, Toronto y el Darmouth College (New Hampshire) entre 1980 y 1983. Muchas de ellas están en proceso de edición en francés e inglés.

El crstianismo de Foucault tenía límites precisos: no le interesaban textos teológicos sino pastorales (una diferencia sustancial con Giorgio Agamben). Prácticamente todo el corpus moderno que estudiaba provenía de cuestiones de la Contrarreforma y no del protestantismo, a diferencia de Max Weber. Pero sobre todo, el cristianismo para Foucault es un objeto histórico de reflexión que se inserta a partir del año de transformación más pronunciado de su filosofía: 1976-1977. Año sabático del Collège de France, regreso de su viaje más importante a California, abandono de lo que denominaba la “hipótesis Nietzsche”, ruptura de su amistad con Gilles Deleuze y crítica a la izquierda (incluso llevaba un borrador de un libro contra el socialismo). Foucault comenzaría a pensar en términos de “gubernamentalidad” de las conductas y posteriormente a centrarse en la noción de “veridicción”: lo que daba en llamar “gobierno por la verdad”. Desde 1977 a su muerte, Foucault estudiaría tres grandes racionalidades gubernamentales: el arte de gobierno liberal y neoliberal, el poder pastoral cristiano y las morales helenísticas (cínicas, estoicas y epicúreas). Es decir: el gobierno de la población (el biopoder), el gobierno de las almas (el pastor) y el auto-gobierno (la ascesis).

De los múltiples cruces de Foucault con el cristianismo, dos son centrales: la cuestión de la confesión y la problemática de la carne. Recordemos que el cuarto tomo de la Historia de la sexualidad (aún inédito) que permanece guardado con centenares de apuntes aún no publicados, se titula Les aveux de la chair (Las confesiones de la carne). La categoría de chair (“carne”) tiene predilección en su obra. La carne, según el filósofo, es la sustancia ética sobre la cuál trabaja el cristiano. Si la confesión es el régimen por medio del cual se extrae la verdad, la carne es la sustancia material que la otorga. El acto de confesión, sobre el que Foucault se extenderá con detalle, no solo es un decir veraz del sujeto sino una transformación inédita en el mundo Occidental, algo que el modelo ascético-monástico llevará a su perfección en la noción de “regla de vida”.

La carne para Foucault es la materia que se examina para llegar al deseo por medio de la codificación de los actos pecaminosos. Si algo caracteriza a la confesión, decía Foucault, es que por vez primera se pone en discurso al sexo. La regularidad de la confesión desde el Concilio de Trento (Siglo XVI) implica, paradójicamente, la explosión de los discursos perversos y la puesta en cuestión de la moral sexual. Sin embargo, Foucault no veía coerción en la confesión, sino por el contrario, un dispositivo que ayudó a la proliferación de los discursos sobre las sexualidades heréticas que va a la par de la literatura libertina un siglo más tarde. En ese sentido, hay grandes diferencias entre la apoximación nietzscheana y la foucaultiana: para el filósofo alemán el cristianismo operaba una ruptura con la moral aristocrática greco-romana y extirpaba toda individualidad (propiciaba una moral de esclavos); para Foucault, por el contrario, el poder pastoral cristiano continuaba y refinaba cierta moralidad austera del helenismo y, lejos de masificar, tenía un poder individualizante en sus fieles a través del aparato confesional que los dotaba de una subjetividad vigilante y atenta en relación a su deseo.

Según el filósofo, antes del cristianismo no existía el concepto de carne sino de aphrodisía (placeres); la carne introducirá el atributo del estado caído en la concupiscencia (el pecado) en el cual todo hombre está. La verdad de ese cuerpo caído se esconde en el deseo que debe ser extraído por el acto de la confesión. De ahí que Foucault declarara que en Occidente “somos animales de confesión” y que no tenemos ars erótica (como los chinos, japoneses o indios) sino una scientia sexualis (técnica de producción de la verdad sobre el sexo).

En Del gobierno de los vivos decía: “La presencia del diablo no se conjura nunca”. Por ello no hay santidad que garantice su ausencia. La lecturas de los Padres Apostólicos que hace el filósofo (en especial de Casiano, Hermas, Ireneo, Policarpo o Tertuliano) dan cuenta de la coexistencia del mal en el alma. La carne es la sede que da cuenta de la perversión de la naturaleza humana para el cristiano. No se trata solo de una mancha dice Foucault, sino de una falta original en la simiente: el semen, producto de la carne, no hace sino más que proliferarla. Si el pecado se introdujo en nosotros, Satanás tomó sitio en el alma de los hombres.

Son evidentes las razones por las cuales a Foucault le interesa el corpus católico romano y no el protestante: en el segundo la sola fe ilumina en el contacto personal con el creador; en el culto católico la confesión procede a la liberación del pecado que siempre es provisoria y nunca definitiva: el contacto es con el pastor que conducirá nuestras almas y cuerpos. El trabajo de acesis (mortificación y purificación) se ve en el bautismo, en el acto confesional, en el exorcismo. En todos los casos, la carne es la arcilla que nos constituye. Pero la carne nació de la falla. Por ello el más santo puede ser el más libertino (algo usual: el marqués de Sade se formó con jesuitas y Agustín de Hipona fue un gran orgiasta de joven).

La noción de “carne” es un elemento que se introduce en el dispositivo confesional católico pero tambien en la discursividad del deseo –libertina y pornográfica- y por lo tanto, en la reelaboración de nuevos placeres, así lo fue con el sadomasoquismo que practicaba Foucault. La relación entre catolicismo y sadomasoquismo requiere ser pensada, es un trabajo que debe hacerse.

El cristianismo, en términos foucaultianos, inventa al hombre como “sujeto de deseo”. Somos sujetos de deseo esperando ser auscultados. Somos carne que habla.

Luis Diego Fernández  es Licenciado en Filosofía con Diploma de Honor (Universidad de Buenos Aires). Actualmente es Doctorando en Filosofía (Universidad Nacional de San Martín) con el proyecto “El neoliberalismo de Michel Foucault: una analítica de Naissance de la biopolitique (Cours au Collège de France, 1978-1979)”. Profesor titular de la materia “Problemas Filosóficos” en la Universidad Torcuato Di Tella. Investigador Asociado del Centro de Investigaciones Filosóficas.

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