El bibliotecario virtual recomienda

Mortal y rosa

Una sección a cargo de José Antonio Gómez, bibliotecario del Centro Cultural de España en Buenos Aires.

Mortal y rosa, de Franciso Umbral

Madrid, Destino. 1975. 

Uno suele recordar a Francisco Umbral por sus exabruptos televisivos como el famoso “yo he venido aquí a hablar de mi libro”, durante un programa con la conductora Mercedes Milá, y sus numerosas apariciones públicas. Su estilo malhumorado, su indiscutible dandismo y su constante spleen eran producto de un personaje que él se había construido, pero del cual uno pasa a entender todo cuando lee Mortal y rosa.

Mortal y rosa es la historia de la enfermedad y la muerte del hijo de Umbral, acontecida a los cinco años de edad del niño. Es el poema del infierno y el retrato del infierno, decía Félix Grande en el prólogo a la primera edición de 1975. Sin dudas es en este libro donde su prosa lírica alcanza una de sus cimas. Porque Umbral había leído (y la escribía), poesía como pocos narradores.

Su amor por el sexo y las mujeres no se quedan fuera de estas páginas. De hecho le dedica largos párrafos, sobre todo al comienzo. Luego el hijo comienza a hacerse más visible, a medida que se agrava su salud. Y es que Mortal y rosa juega con un fino límite que bordea el diario íntimo. Es un libro profundamente personal, donde el autor despliega toda su desesperación y todo su dolor.

Me permito decir que para los amantes de la literatura se trata de un libro ineludible, profundamente transformador. Para muestra, valgan estos párrafos:

 

“Hijo, un día vi un pato en el agua. Quería habértelo contado. Hacía sol, estábamos en el campo, y el pato estaba allí, al sol, en el agua. Era blanco y no muy grande, ¿sabes? Nada más eso, hijo. Sé que es importante para ti. Para mí también. Te escribo, hijo, desde otra muerte que no es la tuya. Desde mi muerte. Porque lo más desolador es que ni en la muerte nos encontraremos. Cada cual se queda en su muerte, para siempre. La muerte es distancia, sólo distancia. Y sólo de mí puedes vivir ahora, de tanto como en mí habitaste, hijo. Y sólo de ti puedo vivir. Sólo está vivo de mí lo que está vivo de ti: el recuerdo. Sólo vivo, estando vivo, en lo que tú vives, estando muerto. Toda la locuacidad del mundo me habla en tu silencio. Todo el silencio del mundo habla eternamente en tu adorable locuacidad. Un ser tan oral, tan dotado de palabra, no puede callar para siempre. Tu prodigiosa capacidad de decir, de nombrar, todo lo que habrías dicho, sigue diciéndose solo, sin ti, pero toma la forma de flor de tu boca.

Y por eso sigues hablándome siempre, y este libro no se cierra, sino que queda eternamente abierto entre tú y yo, porque seguimos dialogando noche y día, y la sustancia de mi vida no es y a otra cosa que este diálogo. Si supieras, hijo, desde qué páramo te escribo, desde qué confusión de lágrimas y ropas, desde qué revuelta desgana. Estoy viviendo muerte, porque la muerte hay que vivirla en la vida. Luego, en la muerte ya no hay muerte. Desvelado, dolorido, cansado, cobarde, solo, enfermo, herido, estoy entre tus cosas, hijo, ni vivo ni muerto, sin decidirme por ninguna delas soledades que me esperan, dudoso entre tantas ausencias, horrorizado del sol que hoy ha salido en el cielo, y que nada significa y sólo es como un inmenso estorbo entre tú y yo.”

Puede leer el libro o pedirlo prestado en nuestra biblioteca, en Florida 943.

Link al libro completo: http://es.scribd.com/doc/118436156/Mortal-y-rosa-Francisco-Umbral


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