Salvador Marinaro habla de un poema de Joaquín Giannuzzi
Perplejidades del amanecer
I
Un minuto de fe para buscar a tientas
la camisa más despierta. Una especie
de convicción para sentirme apto.
En la oscuridad menguante, el dormitorio
huele a existencia en bruto,
a ropa fría, a zapatos caídos
con toda la neura encima. Esto insiste
en tener algo que ver contigo.
Desde la calle
los ruidos ciegos y la jadeante
respiración de la materia manufacturada
suben con sus propias razones para vivir.
He allí lo espumoso, la tierra triunfante
que apenas me concierne. Pero la camisa
ya pierde su inocencia, reclama relaciones
y el perpetuo fracaso de la identidad
en el amanecer de este día laborable.
II
Desamparo ideológico del lunes:
en la madrugada invernal ha concluido
el aplazamiento. Perplejo
y desdichado a su manera, el pie
con que bajamos de la cama se detiene
a medio camino. En ese titubeo prenatal
también vacilan
el resto del cuerpo
y el ser en general con su condena.
La realidad privada paraliza su regreso
al viejo desastre, a la recurrente
y oscura oportunidad. ¿Qué clase de verdad
hay en esa negación? ¿Qué mano de la época
pone las opciones individuales en punto muerto?
En el cerebro cerrado circula
un gemido que nos detiene al borde
de la respiración universal del día.
Y entre la historia a punto de caer
en la taza de café y la vuelta del rostro
a la dorada aniquilación personal
comienza el lunes en todo el país
Sobre Perplejidades del amanecer, dice Salvador Marinaro:
Toda forma de aplazamiento es una decisión trágica: un sujeto, vacilante de sus propias obligaciones, se ve arrastrado por una fuerza desconocida a enfrentarse al cosmos. En este poema de Joaquín Giannuzzi, el rito de descender de la cama, ponerse la camisa y calzarse los zapatos consume la última resistencia. El día empieza y arroja a la voz del poema hacia la realidad inhóspita del lunes, cuando el fin de semana ha concluido.
¿De qué trabaja esta persona? ¿Qué es lo que genera tal frustración? Podría trabajar de cualquier cosa (aunque los zapatos, la camisa, pertenecen al universo de las oficinas); pero no es sólo un sentimiento apático hacia lo laboral (propio de la clase media), sino la afirmación de una época. La vida se refugia en paréntesis breves entre un conjunto de obligaciones que extinguen la mayor parte el tiempo. El “individuo” se siente movido por una mano invisible que agotó las opciones personales. Por algo la mayor característica del lunes es el “desamparo ideológico”, no existe el placer, ni la ambición, ni la esperanza del futuro.
Ante tal presión, la voz lírica se concentra en observar los objetos y detener el avance durante unos instantes. Por eso el poema produce la sensación de un minuto de oscuridad. Aquel hombre sentado sobre la cama intenta mantener la cabeza erguida y en ese segundo observa las cosas que lo rodean. Las obligaciones vienen del exterior, cada una de las prendas que se aplican sobre su cuerpo (camisa, zapatos, ropa) tiene la capacidad de exigir que este rito se detenga. Hablan como las voces de un coro y piden al poeta que la pérdida de tiempo se interrumpa cuando antes. Sus únicos aliados son las partes del cuerpo.
Por eso, el lenguaje se vuelve árido, seco; términos médicos como “cerebro”, “neura” y nociones técnicas como “fracaso de la identidad” acompañan algunas exageraciones religiosas como “tierra triunfante” y “respiración universal”. A su modo, el poema es sobrio, sin grandes gestos ni giros rítmicos o metáforas. Giannuzzi suele ser incluido en la llamada “poesía del pensamiento” por la preferencia hacia un lenguaje concreto en lugar del lirismo, pero este poema trasmite la sensación de un estado previa al pensamiento: no existe ni el tiempo ni el entorno para la meditación sino una especie de sentimiento, una sensación pensante de la angustia dominical.
Este poema en dos partes narra en tiempo de tragedia la experiencia de todo laburante medio. Al mismo tiempo es una actitud sobre el lenguaje: un ejercicio de la palabra desprovista y contundente al mismo tiempo, como si desconfiara hasta de su propia fuerza.
Salvador Marinaro nació en Salta en 1988. Es licenciado en Periodismo y magister en Escritura Creativa. Trabaja como profesor de las materias Taller de Redacción y Semiología en la Universidad del Salvador y colabora habitualmente con el suplemento literario de La Gaceta de Tucumán y la Revista Anfibia.
Tiene dos libros publicados: “Sinfonía de mareados” (poesía-2010) y “Sueños del mono evolucionado” (cuentos-2010). Obtuvo el primer Premio de poesía y cuento de la Provincia de Salta, el premio Azucena Villaflor organizado por las Madres de Plaza de Mayo Linea Fundadora, el Premio Regional de cuento por el NOA y el premio Filosofía sub-40, entre otras distinciones. Actualmente, cursa un doctorado en Global Studies en la Universidad de Shanghái (China).