Letras

El humanismo de las formas

Por Francisco José Martín *

El humanismo de Ortega es, sobre todo, una cuestión de estilo, de modo y de manera. Es un humanismo de las formas. No carece de contenidos, desde luego, pero reducir el pensamiento orteguiano a mero asunto de fondo, sin advertir la riqueza significativa de sus formas, sin reparar en el modo y manera de su expresión, es, sin duda, limitarlo y empobrecerlo. Las formas conforman los contenidos. Ortega lo dejó claro en su primer libro, Meditaciones del Quijote: fondo y forma son inseparables.

Pensar no es un ejercicicio independiente del lenguaje. No hay un pensar previo, anterior y separado, ni puede considerarse la expresión un estadio sucesivo de la actividad de pensar. Pensamiento y expresión del pensamiento son la misma cosa, hasta el punto que, sin expresión –pública o privada que sea– no hay pensamiento. Nada entorpece tanto el entendimiento de la filosofía como su consideración absoluta y aislada. Nada dificulta tanto su ejercicio como la insensibilidad lingüística. El amor a la sabiduría ha de empezar por el amor a las palabras. Así lo vieron los humanistas, y por eso hacían coincidir el inicio de la actividad propiamente filosófica con la filología. Al nombre de filósofos prefirieron el de gramáticos, queriendo indicar con ello que la filosofía no podía partir sin más de la simple consideración de las cosas, sino que debía arrancar necesariamente del vínculo del lenguaje. Pues el lenguaje es forma, e in-forma, en el sentido de que da forma, tanto al pensamiento como al pensar.

Ortega despliega en su escritura toda una amplia gama de recursos literarios que ponen de manifiesto una atención primordial al lenguaje. Es, no cabe duda, un excelente escritor, un maestro en el uso de la palabra y en la construcción de la frase, en el ritmo del período y en los equilibrios internos del texto. Sin embargo, esto, lejos de constituir un defecto filosófico, como a veces se le ha imputado, revela toda su grandeza y su pertinencia filosóficas en el contexto de su vinculación con el modo humanista de pensar.

Atender de manera primordial a la modalidad expresiva del propio pensamiento significa apostar por la filosofía de la palabra frente a la filosofía del ser, por la filosofía de la acción frente a la filosofía especulativa, por una filosofía que parte de los accidentes concretos de la realidad y no de su abstracción, que privilegia la metáfora y la ironía como formas cognoscitivas de acceso a lo real y hace del concepto un mero instrumento de relación y seguridad. Es, en fin, situarse dentro de la Tradición Velada, en ese humanismo de las formas que se entrega a la ocasión y rechaza lo absoluto. Como Cervantes, como Gracián, como Vives.

Tiene la escritura orteguiana forma y estilo literarios. No es casual, desde luego, sino el modo y la manera de principiar la actividad filosófica dentro de un concreto estilo de pensamiento. Los humanistas lo llamaban “salvaciones”, y también Ortega adoptó ese nombre alternando con el de “meditaciones”. Era, como queda dicho, un modo de situarse filosóficamente, pues no se piensa en el vacío, sino en un tiempo y en un lugar determinados. Y era también un modo de abrirse a la filosofía desde una situación propiamente asumida. Esa situación, claro está, era la España de su tiempo, es decir, un cruce entre el déficit de filosofía moderna y la riqueza de tradiciones literarias. Asumirse como filósofo in partibus infidelium, como hizo Ortega, significaba ponerse en camino hacia la filosofía desde la literatura. Su estilo nunca dejó de manifestar esa tensión y ese esfuerzo.

Ortega es, ante todo, voluntad de estilo. Es también voluntad de concepto, desde luego, pero el camino de los conceptos va siempre marcado por la decisión irrenunciable del estilo. Ortega sabe que el estilo es el hombre, y que un pensamiento propio y verdadero, por tanto, sólo puede ganarse desde la fiel correspondencia de las formas. Se escribe como se es. Y esa forma obliga al pensamiento.

 

*Martín es doctor en filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en filología por la Universidad de Pisa. Ha enseñado en las Universidades de Münster y Siena, y actualmente es profesor titular de Literatura Española y de Historia del Pensamiento Hispánico en la Universidad de Turín. Es director de la Colección “Piccola Biblioteca Ispanica”, de la editorial Le Lettere de Florencia, y de la “Biblioteca del 14” y de “Pensar en Español”, de la editorial Biblioteca Nueva de Madrid. Es miembro del Comité Científico de Rivista di Studi Italiani, Res Publica. Revista de Filosofía Política, Pensares y Quehaceres. Revista de Políticas de la Filosofía, Revista de Hispanismo Filosófico, Revista de Estudios Orteguianos, Anales de Literatura Española y La Torre del Virrey. Revista de Estudios Culturales.

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