Flor Defelippe habla de un poema de Choi Seung-Ho
Terreno baldío
Puede que la tranquilidad indestructible
sea el amo que domine el terreno baldío
aunque parece vacío, el terreno baldío
siempre está lleno de cualquier cosa
en el terreno baldío está dormido el viento, el viento que se
arremolina,
de cuando en cuando, el viento
que tira semillas de hierbas envueltas en vellos
hace florecer el terreno baldío
y en cuanto a lo que envejece y se marchita
el terreno baldío no dice nada
ofrece la tierra que posee
presencia sin más a los que pasan.
En días despejados
los lagartos atraviesan el terreno baldío
aunque el pájaro de paso deje allí sus pisadas
no se mantendrán por mucho tiempo
la arena cambia de postura con las gotas de lluvia que caen del
cielo,
el terreno baldío borra las huellas
puede que la tranquilidad que no deja huellas
sea el amo que domine el terreno baldío.
Choi Seung-Ho
De: Autobiografía de hielo
Editorial Bajo la luna, 2010.
Sobre Terreno baldío dice Flor Defelippe:
Terreno baldío es un poema que habla del tiempo y de la tierra, o del tiempo y del espacio: el punto sustancial en el que confluyen los dos ejes y se vuelven uno solo. Para mí, el terreno baldío es la infancia y el vértigo de cruzar, saltar el alambrado, descubrir qué hay tras ese espacio abandonado y a la vez habitado por otros seres desconocidos, ajenos al barrio, a la ciudad. Paradójicamente, en el terreno del poema de Seung-Ho no hay abandono. Por el contrario, lo que habita al terreno baldío es el movimiento, la vida salvaje que no pudo ser domesticada, el cuadrado de tierra virgen no alcanzado por la ciudad y que “ofrece la tierra que posee”: lagartos al sol, pájaros, el viento que se arremolina y el paisaje que cambia con el pasar de las estaciones. Todo esto, dice el poema, se borrará. El paso inquebrantable del tiempo, cuyo fin último es, en definitiva, la muerte de cada cosa, disuelve lo efímero de estos elementos, dejando al espacio receptivo y solo con lo único que permanece: su propia tranquilidad.
Flor Defelippe (1982) es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Publicó Parrhesia (Editorial CILC, 2009) y Las malas elecciones (Panico el pánico, 2014). Coordina los ciclos de lectura Palo Santo, junto a Valeria de Vito, y El bosque sutil, junto a Verónica Pérez Arango. Dicta talleres y clases de literatura en diversas instituciones.