Luis Thonis habla de un poema de Sergio Rienzi
Sala de espera
Las amo.
En esta, llena de viejas y viejos callados, de malhumor, por algún malestar que les aqueja el alma el cuerpo o por el estupor, o por la constipación espiritual, o por la falta de vitalidad, o sólo porque eso es la vejez. Escucho a los Rolling Stones, no debería subestimar el poder de la vejez, la vida no me sonríe, no le sonríe a nadie en realidad, en particular, en general la vida es una puta arpía y arisca de corazón duro como pan de antes de ayer que no le sonríe a nadie, pero pasa, como la tarde ésta, y soy yo el que le sonríe, me saco el sombrero inexistente, signo de cortesía, le finjo que le devuelvo un favor que no existe, todos contentos, la vida, yo.
Ventilador de techo. A mi izquierda, una nona de ley, de las duras, con brazos grandes, carnosos, parece que tuviera un brazo de camionero la nona, ya no se hacen mujeres así, de brazos grandes y carnosos y blancuzcos, brazos que baldearon veredas enteras mañanas enteras, brazos grandes que amasaron pastas, ñoquis, ravioles, brazos que lavaron casas enteras, brazos que levantaron medianeras, no es para tanto, pero brazos. Con manchas y ronchas entradas en edad, que parecen orugas pastando en la piel, no, ya no se hacen mujeres así.
Las de ahora, hablan raro, son flaquitas, muy flaquitas e inútiles, y creen ser dueñas de la verdad, tienen mucha bijouterie y muchos clishés de mamá y papá y un autito lindo y chiquito y de color, y son cancheras: las cancheritas… muertas. Las cancheras las cancheras las cancheras, muertas. Las flaquitas pobres postmodernas. Feministas. Igualitaristas. Concienzudas. Caritativas. Falsas.
Incapaces de pedirles a sus novios y maridos que les hagan la cola. Tienen que rogárselo después a otros sementales.
Las flaquitas de ahora.
A mi derecha, un señor desgarbado de unos ochenta, diría yo, menoscabado, socavado por la edad, con la mirada achinada de ojos verdes, y muchas arrugas y lunares gigantes para alunar, en la cabeza. A ese viejo le queda poco, a mi entender, estoy seguro. Estás en la recta final, viejo.
No soy médico pero entiendo cuando la muerte galopa a buscar a su destinatario.
Ganas de decirle pero no, me reprimo.
¿Y si no lo sabe?
Paisajes del vivero, Sergio Rienzi, Nuevo hacer, 2010
Sobre Sala de espera dice Luis Thonis:
Sala de espera es uno de los textos en prosa del libro de poemas Paisajes del vivero.
Aunque inevitablemente se tiende a trazar una frontera entre la vida y la muerte para disfrutar más de la primera, la muerte es parte de la vida. Insiste en algunos lugares más que otros. Cada vez que entré a un geriátrico o residencia de abuelos pensé en el juego de la ouija que es un modo de hablar con los difuntos mediante las letras de un tablero, es algo que los abuelos practican como un hábito y con letras marcadas por el tiempo.
Hay un poema de Catalina Boccardo en su libro Formosa (El Suri Porfiado, 2015) : “jugaba a la ouija/ si hacés hablar a los muertos/añamemby/traerás mala suerte/no los tientes entre los vivos/era un llamado sin consecuencias/nadie contestaba”
Añamemby significa hija del diablo y se lo dicen sin ninguna connotación demoníaca, como cuando se reta a los niños para que se porten bien. Retan aparentemente a la niña que quiere convertirse en transmisora de la voz de los muertos porque no se quiere saber de ellas por lo que pueden llegar a decir. Pero pasa que la niña no es una niña, es una voz que puede ser abuela, madre y mujer en un matriarcado endogámico donde la confusión predomina sobre la ley y el llamado no será escuchado. La comunidad aborigen refuerza la frontera pero esto pasa en todos los lugares y en todas las clases sociales.
En la residencia los abuelos mayores de 75 años no están muertos pero juegan libremente a la ouija sin que la sociedad en sus representantes los haga decir lo que quiere y hasta rescriba su historia. No hay que vivir de recuerdos, suele decirse, pero los recuerdos son su tesoro y un llamado en quienes rememoran por estar privados de todo futuro. ¿Qué es un sujeto sin recuerdos intensos ni historia? Una sombra que quiere encarnarse apropiándose de las historias e incluso las vidas de los otros.
Rienzi contrasta las nonas de ley con las chicas de hoy con un humor áspero y sabio: “Las cancheras, las cancheras, las cancheras, muertas”. ¿Ya no se hacen mujeres así?, insiste en preguntarse.
Un día al salir de la residencia vi un abuelo que se hacía transportar a la puerta en silla de ruedas y cuando me abrieron quise ayudarlo a salir. No puede salir, me dijo la enfermera. La familia del hombre vivía a una cuadra y media, lo atendía bien, pero él quería salir a encontrarse con lo imprevisible, con un futuro que le estaba vedado. Pero el hombre no se resignaba y me recordaba a Nietzsche cuando afirma que no hay que buscar la juventud en los jóvenes.
No encuentro mejor figura para hacer legible el cruce cotidiano de la vida y la muerte. Hay gente mayor habitada por un potencial de vida que al carecer de futuro por momento los angustia y los tortura. Por momentos la residencia pueda parecer un campo de concentración, pero ahí no se les roba la muerte a los sujetos como afirma Arendt en los Orígenes del totalitarismo, se la administra y se la difiere. Parecen presidiarios y algunos se piensan así. O plantas que vegetan en un cálido invernadero plastificado. ¿Se puede hacer otra cosa? Rienzi da el primer paso: amarlos.
El texto de Rienzi transforma la residencia en una gran sala de espera donde no es necesario ser médico para escuchar a la muerte galopando. A menudo la muerte viene hacia ellos, pero es hábil en giros narrativos, como una escritora talentosa, y cualquiera puede ser su presa. En estos paisajes nos encontramos con una poesía árida pero musical, menos preocupada porque la tierra sea baldía o fecunda sino porque esté sembrada de palabras que parten de tres infinitivos «caminar, coger, comer», que es “tan fácil, pero tan imposible” cuando no hacen un verbo y sucumben a “ los sobornos del dios oscuro” se vuelven crudos- palabra que no es ajena a la crueldad -crudelis- cuando lo real irrumpe programado y se quiere jibarizar la vida, un vivero donde se siembra, arde y vegeta en su sala de espera.
¿Podrá el corazón latir en una rumorosa calma y una fresca paz oscura lejos de los sobornos de un dios oscuro?, me pregunto luego de leer este poema.
Sergio Rienzi invita a meter los pies en el barro, no entrega en bandeja la realidad, la capta de golpe desde el cristal de un vivero desde el cual un tren fantasma viene desde el cielo.
Luis Thonis (Buenos Aires, 1949) publicó Siglo de manos y la criatura (1987, poemas), Eunoe (1991, poemas y relatos), Cuerpos inéditos (1985, poemas y relatos), Estado y ficción en Juan B. Alberdi (2001, ensayo), No vienen avispas (2012, poemas), Milagro infame (2012, relatos) y Micoficciones , entre otras obras. Formó parte de los consejos de redacción de las revistas Literal, Xul, Sitio e Innombrable.