Letras

Santa Teresa, un libro vivo

Texto leído por Florencia Calvo, Dra. En Letras, asesora del proyecto Las Moradas en versión cómic, el día de la presentación del libro en la Embajada de España

Empiezo con una anécdota. Hace ya algunos años una mañana estaba dando clases en Ezeiza, en la cárcel. Era uno de las primeros encuentros que tenía con esas mujeres y me parece que les estaba explicando alguna égloga de Garcilaso. De repente una de ellas me llama: “maestra, maestra”, el apelativo, que hoy ya no utilizan ni los niños de la primaria, me sonó raro y me hizo sentir no del todo cómoda, ¿qué pasa? le pregunté, “que leí lo que nos mandaste para hoy y encontré algo que yo conozco” me contestó en seguida. Intenté recordar qué era lo que les había mandado leer fuera de las églogas. “Leí todo” me dijo. La dinámica del dictado en la cárcel obliga a que los profesores llevemos módulos de bibliografia ya preparados, no siempre bien compaginados por quiénes los arman y muchas veces las alumnas leen todo el módulo sin ninguna selección ni cronograma previos, tiempo para leer nos sobra nos dicen siempre. “Encontré esto” y me mostró un poema de Santa Teresa que no estaba como material de análisis sino como ejemplo de alguna forma métrica o estrófica que en algún momento aprenderíamos. “Qué suerte” le dije yo y seguí con Garcilaso. Al rato el “maestra” otra vez. Y otra vez, me detuve, “ yo cantaba esto en la iglesia” me siguió contando, por eso lo conozco. “Ah” exclamé y volví a Elisa, a sus pastores y a sus ninfas, tenía que terminar sí o sí las églogas esa clase. No hubo caso, el maestra volvió a cortar el aire. “ ¿Querés que te cante?” Y entonces, en medio de la cárcel, una de las voces más hermosas que escuché en mi vida empezó a cantar, casi de memoria, el Vivo sin vivir en mí de Santa Teresa. El aula tenía unos ventanales que daban a un campo y esa mañana había bastante sol, nadie que hubiera visto esa escena de afuera podría haber adivinado las verdaderas características de esa situación, porque por un momento fuimos todas iguales, todas mujeres escuchando voces de otras mujeres, tal vez en éxtasis, tal vez en libertad.

Un nuevo encuentro con Teresa, ya no desde su poesía sino a través de su prosa se dio en la factura de este libro y trajo consigo otras y nuevas imágenes. Siempre la Santa me ha parecido una autora más que compleja, no tanto para leer sino para enseñar, no tanto por la obra en sí misma sino por las operaciones de la crítica alrededor de ella. Situada en una serie de encrucijadas que se van volviendo más difíciles a lo largo del tiempo y que conjugan irreconciliables opuestos en su vida cruzada por la literatura como contrarreformista o revolucionaria, mujer secreta o doctora de la iglesia a lo que se suma el sinuoso triple frente de su producción que oscila entre la autobiografía, la doctrina y la crónica.
En esa misma línea, su prosa habilita las lecturas más variadas que a veces obligan a tomar partido o por una hermenéutica ciega o por un sencillo análisis textual. Por eso me parece que este proceso de vertir las Moradas al formato de historieta permite también otro modo de entender la obra teresiana, no solamente por el cambio de soporte sino también por la amplitud de imágenes que un cambio tal propone.

Realicemos un pequeño recorrido a partir de un párrafo, elegido casi al azar para ver cómo desde allí es posible desplegar una potencialidad nueva capaz de resolver la escritura en imagen presente en el propio texto. Elijo un fragmento del capítulo tres de la Cuarta Morada:

Que no fue por los oídos, que no se oye nada, mas siéntese notablemente un encogimiento suave a lo interior, como verá quien pasa por ello, que yo no lo sé aclarar mejor. Paréceme que he leído que como un erizo o tortuga, cuando se retiran hacia sí, y debíalo de entender bien quien lo escribió.

Una metáfora: el recogimiento del alma como el erizo entre sus propias espinas o la tortuga bajo su caparazón, un recogimiento interior profundo, hacia sí y en parte voluntario, nos deja ver incluso el instante de ese retirarse y el pequeño movimiento que lo realiza pero es también un estadio más en el avance del castillo. Metáfora de metáforas en el camino de la alegoría que se podrá verificar de igual modo en la mariposa, la palomica, la fuente, el huerto. Y por supuesto también en el alma castillo, amurallada de diamantes.
Sobre esto una intuición que confirmarán o rechazarán los expertos: no resultó tan difícil tal vez la resolución en dibujo del alma peregrinando por las moradas porque el texto, en su innegable intencionalidad didáctica, echa mano de una rica y diversa metaforía para representar de manera clara lo que parece imposible de representar.

Hay más, una teoría de la autoridad: la santa no ha leído, le parece haber leído. Los anotadores de las Moradas coinciden al afirmar que la imagen del erizo no es original de Santa Teresa sino que proviene del Tercer Abecedario del franciscano Francisco de Osuna; en esa guía espiritual de 1492 leemos:

Lo octavo que este ejercicio recoge es los sentidos del hombre a lo interior del corazón, donde está la gloria de la hija del rey, que es el ánima católica; y así muy bien se puede comparar el hombre recogido al erizo, que todo se reduce a sí mismo y se retrae dentro en sí, no curando de lo de fuera;

Santa Teresa cita su fuente sin citarla, desde el “paréceme que he leído” borra su relación con la autoridad, con sus lecturas anteriores y esconde, casi copiando el descuido del cortesano renacentista, su caudal de conocimientos que le permiten construir y reconstruir los distintos recorridos del alma. Pero no asume su potestad sobre la imagen. El entramado permite ver esta confluencia de tradiciones y de lecturas, esta sabiduría que suma doctrina pero que produce un texto sencillo cuya mayor complejidad estriba en su intelección espiritual. Se parte del supuesto de que el lector, mejor aun las lectoras, no pueden ni deben distraerse en citas eruditas que poco ayudarían en el camino del alma. Así, la posición frente a la auctoritas trae consigo una posición frente a la escritura, determina un tipo de prosa sencilla, sintácticamente clara que hace pensar, una vez más, en una elección personal pero también en una de las claves de la poética renacentista. (huir cuanto sea posible del vicio de la afectación)
La misma intuición anterior me lleva a pensar que esta prosa despojada, ermitaña, como la definió Menéndez Pidal, que no se engolfa en dejar huella de citas y de más citas sino que, por el contrario, las difumina, facilita también su paso a la historieta.

Metáfora, autoridad, escritura y también una teoría del yo poético : un yo que se arma desde un interior entre espinas, entre caparazones, que produce una escritura humilde, un yo limitado que se constituye a partir de la opacidad de su secreto (tal como nos dice Mar Gómez Glez en este mismo blog), un yo que reflexiona sobre las limitaciones de su propia escritura y que escribe a medida que va transcurriendo por cada uno de los estados del alma. “Y yo no lo sé aclarar mejor” escribe Teresa, ha agotado sus recursos léxicos, retóricos, poéticos; deja paso, entonces, a la libertad de la imaginación. Y franquea asi, no solamente, el acceso al castillo sino también a las múltiples y diversas posibilidades de representación del alma en su trayectoria.
De ahí, me parece, la uniformidad de tono que sobrevuela los variados dibujos. Todas las moradas son diferentes, los modos en los que cada uno se representa los estados del alma también lo son, pero están autorregulados por este yo poético que traslada sus propias limitaciones de representación frente al abismo de la inmensidad, a nuestras propias imaginaciones. Si el yo que escribe, que ha pasado por todas las experiencias que relata, no lo puede aclarar mejor; quiénes somos nosotros para hacerlo. Y este límite, en lugar de conspirar contra interpretaciones futuras, creo que colabora con ellas.

En esta línea me interesa destacar otro fragmento del párrafo “ siéntese un encogimiento como verá quien pasa por ellos”. Cuando la cita, la metáfora o la escritura ya no alcanzan Teresa apela a la experiencia, no a la propia sino a la del otro, las Moradas es un texto generoso con la experiencia mística, es un texto que confía absolutamente en la lectura como guía espiritual y en la posibilidad de que esa lectura lleve a la experiencia mística. Parte de lo no explicado, de lo que la Santa elige retacear al lector no es un acto de egoísmo sino que reside también en esa esperanza “verá quien pasa por ellos”. Y tal vez sea eso lo que a 500 años del nacimiento de la Santa nos resulte lo más difícil de todo y sea allí donde finalmente se estrelle nuestra imaginación.
Pienso, al respecto, que las dos mayores dificultades que se plantearon en este proceso de armado del libro tuvieron que ver no sólo con esta falta de experiencia mística sino también con esta pérdida, lógica, casi cultural de confianza en la eficacia actual de las Moradas como guía para el ascenso del alma. Esto condicionó, por ejemplo, los modos de resolver cómo cada una de las moradas podía figurarse como superadora de la anterior y no quedar todas ellas en un mismo nivel.

El otro problema fue el de pensar una representación de las “cosas del mundo” que no cayera en una referencialidad fuerte con una serie actual. El texto ni siquiera habilita esa referencialidad en su contexto dejando de manera bastante amplia las posibilidades de interpretación de dichos pecados, solo caracterizados como mortales o veniales. Pero, una vez más la imagen viene en auxilio de la lectura, siempre son fieras, sabandijas o bestias ponzoñosas y la capacidad de reponer el significado quedará en los lectores.

Ya terminando una cita de Miguel de Unamuno de Extramuros quien al hablar de Ávila señala:

Cincha a la ciudad el redondo espinazo de sus murallas, rosario de cubos almenados, y como un cráneo, una calavera viva (la gloria mayor del rosario) en lo alto la fábrica de la catedral, cuyo ábside cobija recovecos de misterio interior, allí, entre las bermejas columnas. Ciudad, como el alma castellana, dermatoesquelética, crustácea, con la osamenta-coraza por de fuera, y dentro la carne, ósea también a las veces. Es el castillo interior de las moradas de Teresa, donde no cabe crecer sino hacia el cielo. Y el cielo se abre sobre ella como la palma de la mano del Señor.

Teresa nos lega en las Moradas todo su espacio laberíntico pero florido, sombrío pero deleitoso. para cuando, como a sus hermanas de los claustros, nos abrume el encerramiento. Para Unamuno el castillo se resuelve en la ciudad de Ávila. Para los autores de cada una de las Moradas de este libro proyecto homenaje al V Centenario de su nacimiento; el castillo, el alma, el viaje se resolverán en tantas formas como dibujantes.
En fin, como historieta, Teresa de Ávila, Santa Teresa, la Santa, Teresa de Jesús, aquella que esconde su escritura, que escribe casi sin quererlo, se despoja de sus espinas, de sus caparazones y hasta de sus libros; se hace caballero andante, galaxia, libélula, pájaro.
Se hace, como ya nos dijera en el Libro de la Vida, un libro vivo.
Y nos promete, como aquella mañana en la cárcel de Ezeiza con voz maravillosa, alguna de las libertades posibles.

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