Poetas leen poesía

Erika Martínez habla de un poema de Juan Andrés García Román

Espacio de tiempo

 

 

con los ojos cerrados,

con los ojos como tragados…

Rilke

 

Estoy aquí sentado mientras unas cosas se trasforman en otras cosas

con las que en un principio no guardaban ninguna relación

genética, de parentesco o parecido. ¿Adónde va el perro afgano?

No es un perro afgano, no tienes ni idea.

 

Haces el equipaje, echas

el zapato que exhibe un nudo de madera en la suela

y un jersey. Porque un jersey tiene cuello,

pero no cabeza. Está degollado.

¿Cómo era la cabeza de los jerséis antes de que se la cortasen?

No me interrumpas más. Sabes que debo irme.

Que no puedo dejar sola a mi hermana.

Tiene… ¿cómo lo llaman

los médicos? Sí, eso, ideas negras.

Las sábanas del hospital cuelgan en su propio balcón,

con el sellito verde deslavado. ¿No es horrible?

Pero sube conmigo a la terraza.

El envés de las alas de los pájaros, la axila de los pájaros, es un trozo

de tela azul —como forro de un abrigo— tachonado de estrellas,

pero nunca se les ve excepto cuando vuelan: por eso los niños

miran arriba cuando un pájaro está justo encima de ellos.

Más bien, ¿por qué no dejas morir de hambre a esos nobles

—un pendiente de diamantes colgando de cada ala—? Pájaros-carillón.

¡Deja que las golondrinas se aburran como relojes de pulsera!

 

Está bien, mira sólo la luz: quiere barrer bajo las alfombras y los párpados,

está buscando su fondo dentro de ti, quiere cerrar su elipse,

jugar a morderse la cola como los perros tontos.

La luz blanca es la única cosa capaz de penetrar sin romper el himen de tu muerte:

eso que los poetas del XVI con sus gorgueras llamaban «el velo mortal».

 

No temas, el instinto es un avecilla que, aunque vuele,

está atada con un cordel al índice: un globo o un anillo,

un precioso juguete victoriano.

¿Un telón dices? ¿Un fondo? ¿No dijiste que tus poemas estaban ciegos?

Pero mi sensibilidad es de un solo uso —he contestado,

deberíamos tener un corazón de velcro y colocarlo sobre el pecho

como los espadachines que se entrenan,

esconder en el bolsillo de la camisa un as de corazones.

El himen de tu muerte…

 

Porque, en realidad, estás pensando en el alcohólico con cara de

ángel en la estación.

Sí, llevaba un jersey de mujer,

tenía un carro de la compra y blandía un paraguas.

Parecía un caballero andante. Él era don Quijote y el carrito su Sancho.

El mendigo estaba en el suelo cubierto de radiografías.

Le hablaba a su tumor, decía: Ah golondrino, golondrino,

cierro los ojos mucho y te veo,

cierro los ojos con todas mis fuerzas,

pongo los ojos «como tragados», como decía el poeta, y te veo:

estás en mi interior, entre el matorral de mis costillas o quizás más abajo y

contemplas desde dentro cómo mi ano sale y se pone cada día

como si fuese un astro, la luna.

¡Ah golondrino, golondrino mío!

 

Hazme un favor: olvida hoy los extremos, el origen.

Tú lo dices: despegarse la herida como una pegatina.

Los boxeadores se hacen extirpar el tabique nasal:

es lo que la poesía debiera hacer con las mayúsculas.

¿Qué hemos venido a ver?

Los basares del arco iris hundiéndose en el humus repleto de lombrices.

Y mira allí:

el horizonte se rompe como una tabla que quiebra un karateka.

Las copas de los árboles son ruedas espirales:

unas empiezan donde acaban otras,

iguales a esos tornos cilíndricos con oración escrita de los templos budistas,

los que hay que hacer girar pasándoles la mano.

Arráncales la verticalidad a los árboles, haz como con las estrellas,

tira del humus como de un mantel y que los árboles se queden

de pie como copas, como excepciones. La estructura que regresa,

lo contrario de un estado, la estructura de una excepción. Algo

que no exista, pero tampoco que muera: algo que no nazca.

 

No las raíces que unen los árboles al suelo, sino la horizontalidad

sin límites.

La verdadera raíz de un árbol son sus pájaros, su procesionaria, sus

plagas, el esqueleto sacado afuera como guirnalda.

Eso es: ¡una guirnalda fotófoba!

 

Ves los coches pasar, las ambulancias…

¿Puedes dejar de hablar ya de la muerte?

Entonces, quítales la verticalidad, como a los árboles y como a las

estrellas.

Y las ambulancias se quedarán, sí,

pero lo harán en un nuevo logrado silencio,

una intransitividad.

Despega la ambulancia del papel de calco del alma.

Quieren perder lo que las sustenta, su idea en nosotros, aquello que

nos hiere.

Porque ése es nuestro tiempo. Y la felicidad, la muerte, la tristeza:

todos los grandes conceptos o temas quisieran irse y dejar a solas la

mirada,

desaparecer.

No, no, tampoco desaparecer, en realidad

subirse, como los testículos de los niños.

 

El fósforo astillado (Barcelona, DVD Ediciones,  2008)

 

Sobre Espacio de tiempo dice Erika Martínez:

Recomiendo este poema de Juan Andrés García Román, que considero extraordinario y que pertenece a un libro emblemático de la poesía española reciente, El fósforo astillado (2008). Aunque podría haber escogido cualquiera de sus poemas más recientes, me he decidido por este porque funciona, creo, como una buena carta de presentación. El fósforo está concebido de forma muy unitaria, como si fuera un ensayo de ópera, así que comento de forma general la que considero que es una de sus peculiaridades: su adscripción al teatro lírico. ¿Por qué digo teatro lírico?

  1. Por el cóctel de comedia y tragedia que se encuentra en el origen barroco del género. Sin duda El fósforo tiene algo de ópera bufa o singspiel, aunque esté pasado a cuchillo por la tragedia moderna. Durante el siglo XVIII, antes de que los elementos humorísticos fuesen marginados de la ópera, un buen número de libretos ofrecían dos tramas, una cómica y otra seria, a modo de ópera dentro de la ópera. Este poemario de García Román parece uno de esos libretos de doble argumento, pero con las páginas accidentalmente barajadas.
  2. Por el carácter melodramático, entendido como una incorporación de música a pasajes de temática sentimental con efectos antinaturalistas. En este sentido, se puede decir que en El fósforo oscilan los momentos de bel canto, donde el virtuosismo estético neutraliza el ridículo, y los momentos de parodia del melodrama, donde prima la sobreactuación folletinesca. Como si convivieran Maria Callas interpretando a La Traviatta y Hugues Cuenod interpretando a Pitichinaccio en Los cuentos de Hoffman.
  3. Por el predominio de la música. En éste y otros aspectos puede leerse una influencia wagneriana, no filtrada por la lectura de Baudelaire. No se trata ya de que los sonidos sugieran colores y los colores melodías, mediante analogías que revelan la unidad del mundo, sino de una consagración a la música como consecuencia, en el caso de El fósforo, de una creciente desconfianza en las palabras.
  4. Por su enorme estilización, en el sentido orteguiano de des-realización. La distancia, el éxtasis lírico y el artificio ubicuo del género operístico tienen una gran presencia en El fósforo, aunque a veces son percibidos como un destino trágico de la poesía contemporánea.

 

Erika Martínez (España, 1979) es licenciada en Filología Hispánica y en Teoría de la Literatura, así como doctora por la Universidad de Granada. Con su primer poemario, Color carne (Pre-Textos, 2009), obtuvo el Premio de Poesía Joven Radio Nacional de España. Su segundo poemario, El falso techo (Pre-Textos, 2013), fue escogido como uno de los cinco mejores poemarios del año por los críticos de El Cultural y fue nominado al Premio de la Crítica. Es también autora del libro de aforismos Lenguaraz (Pre-Textos, 2011) y de la plaquette de poesía Diez intemperies bajo techo (Centro Federico García Lorca, 2015). En 2015, se publicaron dos selecciones de su obra: A secas (Ejemplar Único) y ¿Qué quiere el anzuelo? (Paralelo Ediciones). Ha sido incluida en diversas antologías como El canon abierto. Última poesía en español (Visor, 2015) o Pensar por lo breve. Aforística española de entresiglos, de José Ramón González (Trea, 2013), así como traducida al polaco y al italiano en las antologías Republica poetica (Lokator, 2015) y L’aforisma in Spagna (Torino, 2014). Su página web es www.erikamartinez.es.

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