Poetas leen poesía

Gonzalo León habla de un poema de Matías Rivas

Tío Ramón

Pienso mucho en la vejez ya que me cuesta andar.
Convivo desde niño con esa pérdida de independencia
que a la mayoría le llega mucho más tarde.
Tuve que aprender a vivir con poco
y en condiciones que desconocía, con miedo y burlas.
En estos momentos me están echando de mi casa.
Veo más cerca el final en el que tanto he pensado.
Más que pena, tengo remordimientos por las condiciones
en que dejo a mi pareja: una joven recién salida del colegio
que espera un hijo mío hace siete meses.

Sobre Tío Ramón dice Gonzalo León:

La faceta más conocida de Matías Rivas (1971) es la de director de publicaciones de Ediciones Universidad Diego Portales, el sello chileno que publica libros de poesía, ensayos y biografías, por ahí han publicado autores chilenos, argentinos, peruanos, la lista es larga, pero la faceta menos conocida de Rivas, en Argentina al menos, es la de poeta, pese a que viene publicando desde hace veinte años. Tío Ramón está incluido en su tercer libro, Tragedias oportunas (Tácitas, Santiago de Chile, 2016), y al igual que el anterior, Un muerto equivocado, la perversión recorre sus poemas, característica que más me gusta de su poesía. Sin embargo, a diferencia de los libros anteriores, esta perversión atraviesa de modo más parejo los poemas, aunque quizá este volumen trate en verdad de otra cosa: de la culpa y cómo ésta puede ser expiada. La culpa no como profesión de una fe, sino como construcción cultural, cotidiana. No hay necesidad de ser católico o profesar una fe para sentir culpa, que es –por así decirlo y al igual que la muerte– democrática, a todos en algún momento nos llega: por lo que pensamos, sentimos y hacemos. La culpa no es un hecho objetivo, se siente, y Rivas plantea en Tío Ramón no una culpa convencional, sino una derivada, lo que precisamente deviene perverso.

En la otra cara de la misma moneda está la expiación de esa culpa, y en el poema sin título que sigue más abajo sugiere que el modo de expiar esa culpa está en el castigo físico; aquí resuenan los castigos físicos a los que la Iglesia Católica sometió a sus creyentes y no creyentes en una oscura época, aunque también resuenan y de mejor manera Sade y Sacher-Masoch. Es decir la culpa por un deseo se expía con la consumación del deseo. Me detengo aquí porque creo estar contradiciéndome: el escritor y sicoanalista Germán García me dijo una vez que en la ausencia de coito estaba la perversión, por lo que si hay consumación ya no habría perversión. Así que, luego de castigarme, corrijo: la perversión no está en la consumación del deseo, sino la enunciación de esa consumación, es decir, son las palabras, una oralidad que emana de diversas voces, las que expían la culpa anunciando, vaticinando.

El castigo físico les otorga a esas palabras violencia, es decir un contexto: una violencia enmarcada dentro de las relaciones amorosas que recuerdan la violencia intrínseca del lenguaje, o mejor de una lengua. Sin violencia no hay lengua. La síntesis de Tragedias oportunas, que como toda síntesis siempre es imperfecta, sería más o menos como sigue: La poesía como expresión de una violencia; el deseo flagelado como sublimación de esa violencia y expiación de la culpa; la lengua tratando de dar cuenta de ese amor y de ese deseo mordiéndose en una oralidad, y el lector en posición de voyeur.

Pégame y denuncia mis conductas miserables.
No pondré resistencia a tu venganza.
Mándame una docena de matones para que me destrocen.
Me lo he ganado, amor, lo sé y lo acepto.
Soy un felón alevoso sin dios ni ley.
Mis escrúpulos se perdieron junto con mis días en la academia.
Los años no dan tregua: corrompen.
Buscamos sin cesar la intensidad
que perdimos asfixiados por el tiempo traidor.
Me he ido poniendo soez, lo reconozco.
Desprecio a los que me interrumpen.
Qué le puedes pedir a un sujeto como yo.
No te equivoques: pégame con fiereza.
Necesito expiar mis actos.
Y qué mejor forma de hacerlo que observar tu cara de placer
cuando me estrujas los cocos*.

Nota del comentarista: cocos en Chile son testículos.

Gonzalo León nació en Valparaíso, Chile. Es escritor y periodista. Ha publicado novelas, libros de cuentos y de crónicas, entre los que se cuenta la novela Cocainómanos chilenos (Mansalva, 2012). En 2014 editó y prologó La última gauchada: narrativa argentina contemporánea. Escribe regularmente para el suplemento Cultura de Perfil.

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