Poetas leen poesía

Olvido García Valdés habla de un poema de Lorenzo García Vega

Urdimbre significante

La pistola de Flash Gordon lanzó, desde el Ávila, la carga de fuego con que comenzó un arcoíris. Después el arcoíris amarró su extremo en la torre de La Previsora.

El chiflado Hölderlin decía: “Poco saber, mas dicha en abundancia / es dado a los mortales…”

Me paseaba sobre una terraza.

El chiflado Hölderlin preguntaba: “¿Por qué, oh bello sol, no me basta, / flor de mis flores, nombrarte un día de mayo?”

Me resolví, sobre la terraza, a buscar el florido archivo de las imágenes.

“¿Nada más excelso me ha sido dado?”, preguntaba el chiflado. Y también decía el chiflado: “Si yo fuera parecido a los niños / Si cantara como el ruiseñor / la canción serena de mi alborozo”.

Y fue entonces cuando el cosquilleo de la altura, cultura de la terraza, me llevó a escuchar un no-ruido endiablado: la canción de lunáticos de ilustre grafía y de provenzales damas descarnadas: canción cuya urdimbre, o cuyo grado cero, parecía imitar lo sabrosamente ciego de un significante texto del silencio.

Lorenzo García Vega (Matanzas, Cuba, 12 de noviembre de 1926 – Miami, 1 de junio de 2012), Fantasma juega al juego, 1978

 

Sobre Urdimbre significante dice Olvido García Valdés:

El poema pertenece a Fantasma juega al juego, publicado en 1978 (en el libro hay un personaje, el doctor Fantasma –alter ego del autor–, del que toma el título). Es un texto temprano para el ritmo de escritura de Lorenzo García Vega, que fue un ritmo de crecimiento.

Dos niveles de enunciación: aquel desde el que se habla y el nivel de lo que se cita. Saber y no saber. Irónicamente, García Vega toma a Hölderlin, el lírico romántico, para expresar la perplejidad. El no saber (ese otro modo de saber) propio de la vida natural, y el saber de la muerte (y no saber), propio de la vida humana. Ay, “si cantara como el ruiseñor / la canción serena de mi alborozo”, decía el chiflado Hölderlin.

Pero no solo el chiflado Hölderlin. El eficaz tratamiento se apoya con la misma naturalidad en Flash Gordon, el héroe. Bajo ese arco se cobija García Vega, que no distingue entre el cómic y la alta poesía. Flash Gordon, Hölderlin y un lugar físico al aire libre, una terraza en Caracas desde la que se ve el monte Ávila y por la que pasea el doctor Fantasma –el yo del poema– sirven de “urdimbre significante”. La altura fónicamente deviene cultura, la poesía un no-ruido que sin embargo se escucha clamoroso: la canción de lunáticos y de provenzales damas descarnadas. Todo ello como una malla, un tejido “cuyo grado cero parecía imitar lo sabrosamente ciego de un significante texto del silencio”, al que Barthes se adhiere como amigo fiel.

Lo que se oye (clamorosamente), lo sabrosamente ciego, es un –significante– texto del silencio. No hay paradoja. Y recordamos que sinestesia, en psicología, es la percepción conjunta de sensaciones de diferentes sentidos; no que se asocien, sino que se sienten. La poesía: el chiflado y los lunáticos, lo sabrosamente ciego, un no-ruido que recuerda la cualidad del habla en aquel pueblo de Herta Müller: “cuanto más capaz de callar era alguien, más fuerte era su presencia”.

 

Lorenzo García Vega (Matanzas, Cuba, 12 de noviembre de 1926 – Miami, 1 de junio de 2012) fue el componente más joven del mítico grupo Orígenes. Desde 1968 vivió fuera de Cuba (Madrid, Nueva York, Caracas), afincándose desde 1980 en Miami (Playa Albina, en sus libros), donde trabajó como bag boy en un supermercado hasta su muy tardía jubilación.

Según como se mire, García Vega no tiene biografía, nada hay reseñable en su vida una vez que se nombra el exilio. Y según cómo se mire, García Vega es solo una pura e inagotable biografía de forma autobiográfica, y de inmensa, casi absurda capacidad de introspección y análisis. La mayor subjetividad, que conduce a una rara objetividad. Hay un deseo tenaz, fatal en esa obra de no mentirse, de indagar cada vez con más afinadas herramientas en la vida y la memoria (y ya se sabe, lo personal es político), y, en consecuencia y no distinto de ello, en una escritura que pueda dar cuenta de esa indagación, de esa vida. Que pueda dar cuenta completa, lo que es imposible, y  hace a la obra inagotable, a la escritura sin fin y solo suspendida por la muerte. Las dos cosas, lo inaprehensible del yo y su exploración en la escritura como método, son formas de decir la por definición inalcanzable, fracasada, indagación en lo real (y lo real es también la lectura, son el arte y los sueños). La tenacidad de la búsqueda, la implacable terquedad consigo mismo es lo que hace esta obra singular y modélica. Y lo que, pese a una difusión poco menos que secreta, le da una enorme potencia de irradiación. García Vega –obsesivo, burlón, sagaz, escéptico, y, a la vez, con una especie de candor o rara inocencia– se definió a sí mismo como un escritor no-escritor, y con la lúcida ironía de su ojo negativo, vivió practicando este modo de escritura.

 

Si vuelven a leer el poema, tal vez se pregunten por qué digo lo que digo. Lean El oficio de perder, lean Vilis –completo en la magnífica antología, No mueras sin laberinto, que preparó para ‘Bajo la luna’ la poeta argentina Liliana García Carril–.

 

 

Olvido García Valdés (Santianes de Pravia, Asturias, España, 1950) es Licenciada en Filología Románica y en Filosofía. Entre otros premios, se le concedió en 2007 el Premio Nacional de Poesía por su libro Y todos estábamos vivos (Tusquets Editores, Barcelona, 2006). En Esa polilla que delante de mí revolotea. Poesía reunida (1982-2008) (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2008) se recoge su obra poética entre esas fechas. Posteriormente ha publicado Lo solo del animal (Tusquets Editores, Barcelona, 2012). Libros suyos han sido traducidos al sueco, francés e italiano; igualmente sus poemas han aparecido en inglés, alemán, portugués, rumano, polaco, árabe y chino.

Es asimismo autora del ensayo biográfico Teresa de Jesús, de textos para catálogos de artes plásticas (Zush, Kiefer, Vicente Rojo, Tàpies, Juan Soriano, Bienal de Venecia 2001, Broto…) y de numerosos ensayos de reflexión literaria. Ha traducido La religión de mi tiempo y Larga carretera de arena de Pier Paolo Pasolini, y (en colaboración) la antología de Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva El canto y la ceniza, así como El resto del viaje y otros poemas, de Bernard Noël. Ha co-dirigido la revista Los Infolios, y fue miembro fundador de El signo del gorrión (1992–2002). Ha dirigido o coordinado diversos cursos, seminarios y ciclos de poesía contemporánea. Ha formado parte del proyecto Estudios de Poética. En 2014 apareció Un lugar donde no se miente. Conversación con Olvido García Valdés, de Miguel Marinas.

 

 

 

Actividad anterior

Españoles en FIBA

Próxima actividad

Cinemigrante en Página12

ccebaSJ